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Un ciego con una pistola - Chester Himes

Un ciego con una pistola fue la última de una serie, y posiblemente la mejor, protagonizada por Grave Digger Jones (Sepulturero) y Coffin Ed Johnson (Ataúd); dos detectives negros de la policía de Harlem, consigue llevar el género hasta su punto crítico, e incluso más allá. En sus novelas anteriores, Chester Himes había encontrado la manera de conciliar su brillante indignación ante la discriminación racial y la justicia en los Estados Unidos-por lo visto, ilimitadas-, con las exigencias básicas del género, que obliga a ofrecer explicaciones y a dar a la trama una forma cerrada. Himes escribió, como ya he dicho, sobre Nueva York en París, y el resultado es una mezcla fascinante de violencia surrealista, protesta política y procedimientos policiales. En Un ciego con una pistola, sin embargo, ya había perdido el interés en hacer tan enrevesados malabarismos. El efecto debilitador de vivir en un mundo racista controlado por los blancos, implica en último término que Coffin Ed Johnson y Grave Digger Jones, que ya tenían en contra a la comunidad negra y al sistema de justicia para el que trabajan de mala gana, no van a poder seguir cumpliendo como detectives. Ambos aparecen en la novela sin rostro y sin nombre, frustrados e impotentes, mientras un ciego negro dispara su pistola de manera indiscriminada en un vagón de metro atestado de gente. Marginados en un departamento de policía controlado por blancos en el que han servido durante su carrera, terminan disparando a las ratas de una obra abandonada de Harlem.Dice Juan Carlos Martini en el prólogo de le edición de Bruguera: "Esta obra es más, mucho más que un escalofriante relato de acción protagonizado por negros que se enfrentan con las autoridades y con el poder blancos. Las voces que suenan en esta novela, las costumbres que se describen, las miserias de los que da testimonio, no son disparatadas, ni arbitrarias, ni enfermizas. Su ritmo sincopado, febril, expansivo, es el ritmo de los discursos que se superponen en Harlem. Se trata, en Harlem, de otra violencia, de otra religiosidad, de otro fanatismo, de otra sexualidad, de otro orden, expresados ahora en discursos extraños al blanco. Un ciego con una pistola puede asombrar a los lectores tradicionales de literatura policíaca. Encontrarán en ella tanta o más violencia, crímenes, asesinatos y brutalidad que en las obras más destacadas del género en estos aspectos. Pero también encontrarán un lenguaje diferente: el de un mundo y una cultura cuya intimidad desconocemos. Allí, en Harlem, símbolo también de otra locura, no hay soluciones." Un ciego con una pistola es un desolador antídoto contra los esperanzados anhelos del movimiento de Derechos Civiles.

Un ciego con una pistola’ presenta dos protagonistas "oficiales", dos habituales en la carrera literaria de Himes: Coffin Ed Johnson y Grave Digger Jones, o lo que es lo mismo, Ataúd Johnson y Sepulturero Jones. Dos policías negros. Y en Harlem. Pero en el texto, Johson y Jones no son sino el hilo que une los sucesivos flashes de la novela. Sí, actúan de policías, interrogan, detienen, reparten algún mamporro que otro, coaccionan a los sospechosos, algo nada nuevo en el género, pero su función como tales es irrelevante. Es mucho más rica su posición con respecto a su superior, un blanco llamado Anderson, y sus relaciones con sus propios compañeros de raza. Los diálogos de los dos detectives con Anderson constituyen auténticos tiroteos verbales: ¡bang!, ¡ziuuu!, ¡bang! Su jefe es ante todo método policial, sistemático. Ataúd Johnson y Sepulturero Jones no. Ellos representan la praxis. Ellos son la policía de campo. Ellos son la policía de la calle. Por eso cada orden que reciben la ponen en duda mediante palabras cargadas de razón, irónicas, ciertas, incontestables. Y lo más curioso es que su actitud, la de los polis negros, viene avalada por los acontecimientos que se suceden y que no cesan de trabar la acción policial. Es el choque brutal entre realidad y teoría, entre manual y práctica, entre despacho y calle.

El Ataúd y el Sepulturero, además, se enfrentan a los miembros de su propia comunidad, de su propia raza negra. Para éstos, los dos detectives no son sino hombres negros vendidos al blanco, para quien trabajan y cuya ley, la ley también blanca, representan y tratan de aplicar en Harlem. En algunos momentos de pausa, Coffin y Digger filosofan. En una de sus parrafadas uno de los dos, no importa cuál, llega a afirmar que todo lo que les ocurre a sus congéneres de raza sólo tiene un culpable: Abraham Lincoln, por liberarlos de la esclavitud. En otra, definen a Harlem, como su "oficina" laboral. Y en la que reproduzco seguidamente describen el distrito:

"- Si parpadeas una vez, te asaltan – advirtió Coffin Ed al hombre blanco que rondaba de visita por Harlem.

- Si parpadeas dos veces, te matan – añadió Grave Digger, con sequedad".

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